El nacimiento del primer hijo es una de las experiencias más intensas que se pueden vivir. Enfrentarse a un ser desconocido y enigmático, el primer hijo, es una experiencia que se prolonga durante años en los que se mezclan los aciertos y los errores, años de forzada improvisación en los que los consejos de otros pueden resultar tanto útiles como perjudiciales, porque lo que es bueno para los hijos de otros puede no serlo para el hijo propio.
El primer hijo recién nacido convierte a la pareja en recién nacidos padres. Con una mezcla de prudencia y audacia, los recién nacidos padres aprenden a combinar conocimientos y sentido común, discerniendo qué consejos son adecuados y cuáles no. Siempre nos resulta tranquilizador pensar que todos los padres han pasado por las mismas dificultades y sin embargo la humanidad sigue adelante.
La simple observación del hijo recién nacido resulta sorprendente, estimulante y enriquecedora. Es un ser lleno de sorpresas con el que podemos (y debemos) comunicarnos ya desde el mismo momento del nacimiento.
¿Qué puede hacer un recién nacido?
Al ver a nuestro primer hijo, todos nos hemos preguntado: ¿puede ver mi cara? ¿oye y reconoce mi voz? ¿siente el frío y el calor como yo?. Efectivamente, el recién nacido ve, oye, siente frío o calor e incluso tiene olfato. Basta dedicar más tiempo ala simple observación para descubrir una amplia variedad de reacciones, diferentes en cada recién nacido, ante voces, luces, sonidos, caricias, etc. Y no todos responden de igual manera: cada uno lo hace según su forma de ser.
Su ojo, aún en formación, es suficientemente maduro: el recién nacido ve. Pero ni sabe controlar el movimiento de sus ojos a voluntad, ni la claridad de su visión es completa. Sin embargo, en ambas capacidades madura rápidamente durante los primeros meses de vida y pronto es capaz de fijarse más en unas cosas que en otras, de hecho la cara humana atrae mucho su atención (los padres notan cómo su hijo les mira) y pueden captar las diferentes expresiones faciales.
Su oído funciona desde la semana 24 del embarazo, mucho antes del nacimiento. Al igual que sucede con la visión, podemos afirmar que el recién nacido oye, aunque resulta difícil determinar qué intensidad de sonido puede percibir. Incluso tiene desarrollado el olfato, como lo evidencian pruebas en las que se les observa una marcada orientación hacia prendas usadas por la propia madre frente a las usadas por otra persona, cuando unas y otras se colocan cerca de él. No es de extrañar que esto sea así, ya que es lo que ocurre de forma habitual, aunque en un grado más desarrollado, en otros mamíferos cuya supervivencia depende de su capacidad para identificar, por el olfato, las ubres de la propia madre. Igualmente, el sentido del gusto está ya presente al nacer: los neonatos son capaces de detectar cantidades mínimas de sal y mostrar su preferencia por determinados sabores.
Es evidente que el recién nacido percibe mucho más de lo que imaginamos y que es capaz de comunicar sus reacciones. Su forma de comunicarse no es convencional, por lo que se requiere una cierta habilidad para entender sus señales, habilidad que se adquiere simplemente observándole durante amplios espacios de tiempo y estudiando la rica variedad de sus respuestas a la voz y otros estímulos de los padres.
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Fuente: Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria
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