Existe un lugar habitado por los más dispares especimenes de letras, donde vocales y consonantes bailan a ritmo de vals. Un singular paraje donde mayúsculas y minúsculas se reverencian mutuamente al cruzarse. Un mundo en el que ni comas ni puntos marcan las pausas, donde todavía las palabras no existen y en el que sus moradores tienen el poder de agruparse formando expresiones amables, crueles, tristes, alegres, sesudas, sentimentales, licenciosas o dogmáticas; aunque en la mayoría de los casos prefieren crear divertidas formas sin sentido aparente.
Alfabeto es el nombre de ese hermoso lugar donde conviven en paz as con alfas, bes con betas, y haches mudas y aspiradas charlan amistosamente compartiendo anécdotas y dialogando sobre sus diferentes modos de entender su mundo.
Pero esto no fue siempre así, hace ya mucho tiempo que aparecieron en Alfabeto algunas letras muy poco comunes, aunque bellas y muy graciosas el número de palabras que las reclamaban para formar parte de sus lenguas y dialectos eran mucho menor que el de otros de sus congéneres.
Así sucedió que la pizpireta ce con cedilla (Ç) y la curiosa eñe fueron consideradas como minoritarias y a pesar de gozar del cariño de sus semejantes quedaron ligeramente al margen a la hora de formar palabras “con sentido”.
A la ce con cedilla y la eñe nunca les preocupó esto; puesto que la actividad que prefieren las letras es agruparse sin un sentido y forma concretos. Así que continuaron felices hasta que un mal día, por esos azares que tiene el destino, un grupo de letras mayúsculas formadas por tres is, tres enes, una t, una r, dos as, una s, una g, una e y una c formaron la palabra INTRANSIGENCIA.
Con el curso del tiempo INTRANSIGENCIA fue creciendo, creciendo y creciendo hasta cambiar su forma por la de un horrible y apestoso monstruo con cara de sapo.
Aquel terrible monstruo aumentó su tamaño de forma tan espectacular que su apetito se hizo desmedido. Se alimentó de INCOMPRENSIÓN y HOMOGENEIDAD que campaban a sus anchas a su alrededor; pero enseguida sintió más hambre. Mirando a su alrededor descubrió una eñe que bromeaba con una c con cedilla.
- Si devoro a estas dos pequeñísimas letras quien va a echarlas en falta –pensó relamiéndose.
Y así lo hizo, estirando su viscosa y larguísima lengua las engullo de un solo bocado y dejó escapar un ruidoso eructo.
La c con cedilla se le indigestó, pues el pequeño garfio de esta se le clavó en el estómago como un aguijón. La eñe en cambio le resultó exquisita y su rabillo le produjo un agradable cosquilleo en el paladar.
Dejó pasar un breve periodo de tiempo a la espera de que alguien reclamase una eñe y una c con cedilla. Tal y como él había previsto, nadie reparó en la pérdida.
- Comeré todas las eñes que encuentre a mi paso. Su textura es agradable y dejan un delicioso regustillo en mi boca. No es frecuente que protesten por su ausencia, su sonido puede suplirse por una g y una n, y no son más que una vulgar copia de una n con sombrero. Eso es ¡Comeré todas esas inútiles eñes!.
Dicho y hecho. Comenzó una voraz orgía de ingestión de eñes. Mayúsculas, minúsculas, cursivas, en negrita, a mano, de imprenta, poco a poco zampó y tragó hasta que no cupieron más en su inmensa barriga.
Se tumbó a echar una siesta. Momento este que las pocas eñes que quedaban aprovecharon para salir de sus escondites y buscar una solución para acabar con el Ñampa Eñes, como así le conocían. Acordaron entonces que al ser ellas tan pequeñas e indefensas le pedirían ayuda a las demás letras que no parecían haberse dado cuenta de que las eñes estaban desapareciendo.
No tuvieron mucho tiempo, pues el sueño del monstruo no duró demasiado y su apetito despertó con él. De apenas dos dentelladas disolvió aquella reunión y con el fin de que nunca más volviesen a intentar rebelarse contra él decidió eliminar todo rastro de eñe en Alfabeto.
Se tragó la eñe de España y saboreó con gran placer hasta la última de los teclados de ordenadores y máquinas de escribir.
Satisfecho de haber terminado con un posible enemigo y cansado por el esfuerzo se echó a dormir, ya tendría tiempo para desayunar alguna c con cedilla -no le resultaban tan agradables como las eñes; pero también eran presa fácil-.
Con lo que no contó aquel engendro con rostro de batracio fue con una pequeña eñe oculta en un libro de un idioma ajeno al suyo, que formaba parte de la palabra empeño, y que había escuchado a sus congéneres antes de que estos desapareciesen.
La pequeña eñe convenció y agrupó a diferentes letras mayúsculas amigas suyas, que tomaron la forma de RESPETO A LA DIVERSIDAD CULTURAL. Empapándose de significado, esa cuadrilla de letras se transformó a su vez en un pequeño ser de aspecto noble y humilde que penetró por las monstruosas y malolientes fauces del ladrón de eñes, liberando a todas y cada una de las eñes que este había engullido.
Un terrible dolor de tripa despertó al Ñampa Eñes, que contempló con horror como su estómago se encontraba vació, un enano le miraba con cara desafiante y montañas de eñes le rodeaban. Sintió miedo.
- ¿Vais a acabar conmigo?¡Yo solo tenía hambre! –gimió.
- Si, si. Acabemos con él –gritaban enfurecidas las eñes.
- Silencio –replicó el enano- No te preocupes. Nosotros te daremos de comer.
De un silbido el enano reunió grupos de letras y alimentó al monstruo con TRANSIGENCIA, COMPRENSIÓN, PLURALIDAD y RESPETO. El desagradable bicho poco a poco adoptó una expresión de amabilidad y perdió su nefasto olor.
- A partir de ahora tu serás el encargado de dar a conocer a las eñes y las ces con cedilla. De divulgar su mensaje y razón de ser. De presentarles a los desconocidos y de velar por su existencia –habló el enano.
- Así lo haré y será un placer para mi.
Las eñes gritaron, esta vez de alegría.
Y así fue como las eñes pudieron volver a bailar el vals con las vocales y a intercambiar sus sombreros con sus primas las enes, sin miedo de que nadie intentase darse un festín a su costa.
Autor: Daniel Santos Megina
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2 comentarios:
Muchas gracias por el cuento.
Creo que es realmente útil para enseñar los valores de la tolerancia y la pluralidad cultural a los chavales.
Un abrazo.
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