El objetivo de los padres en estas peleas casi siempre consiste en averiguar quién es el culpable. Supongo que esto es consecuencia de la "cultura de detective" que ha llegado a nuestros hogares, donde padres y madres se empeñan en averiguar quién ha sido, quién ha empezado, etc. En función de este criterio, siempre se castiga al que provoca la pelea. El que responde a la provocación suele salir indemne.
Sin embargo, merece la pena preguntarse si es correcta desde el punto de vista pedagógico esta manera de solucionar los conflictos entre hermanos. ¿Estamos siendo justos si castigamos sólo a uno o si siempre se las carga el mismo? Si nos planteamos cuál es el objetivo de nuestro castigo, deberíamos responder a los siguientes interrogantes ¿Qué queremos conseguir, que no vuelvan a pelearse o que aprendan a compartir?, ¿queremos fomentar su autoestima? La culpabilidad, por otro lado, no ayuda a conseguir ninguno de estos objetivos.
Así, para reforzar los vínculos afectivos entre hermanos y estimular en consecuencia la autoestima de cada uno, lo más adecuado sería castigar a todos los implicados en la pelea. De esta manera crearán un frente común para impedir semejante injusticia. Se sienten cercanos, lo comparten todo, incluso los sermones y no hay preferencias por nuestra parte: ni vencedores, ni vencidos.

* Estableced un diálogo de pactos entre ellos y que se sientan implicados.
* Evitad las preferencias o que haya un "niño mimado".
* No hagáis comparaciones del tipo "fíjate, tu hermano si que lo hace bien; no como tú".
* Elogiad a cada uno por aquello que lo distingue y hace único.
Texto extraído de: Abrázame, mamá. De María Luisa Ferrerós. Ed. Planeta.
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