En la escuela a veces perdemos la perspectiva de lo que es auténticamente prioritario. Nos enfrascamos en eternas y absurdas discusiones sobre temarios y terminologías curriculares y nos olvidamos de que el objetivo número uno de la formación lectora de los niños es que lleguen a ser lectores autónomos y libres. Y ello significa que, cuando termina la labor y la influencia del maestro, el propio niño debe ser capaz de sumergirse en el universo de los objetos de lectura –no sólo de los libros, ojo, que también existen otros soportes– en busca de la satisfacción de sus propios objetivos (aprender, disfrutar, enriquecerse estéticamente...).
Los maestros deberían abandonar la obsesión que les ahoga desde hace varias décadas por poner en marcha la llamada Animación a la Lectura y sustituirla por el ejercicio de otra pulsión, de otra emoción más positiva y, a la postre, más eficaz: la transmisión de la pasión por la palabra impresa. Si barnizáramos la didáctica de la lectura con el barniz del sentimiento, de la emoción sostenida hasta que se cierra el libro, del deseo apasionado de compartir con los niños aquello que amamos..., entonces podrían cambiar ciertas encuestas catastrofistas sobre el libro que dicen que compramos bastante pero leemos muy poco.
Presentamos a continuación la crónica de una experiencia que comenzamos a llevar a cabo en 1994 y que hemos venido desarrollando desde entonces, con las importantes y necesarias adaptaciones a los grupos de niños con los que hemos tenido el privilegio de crecer en la escuela.
Con magia y misterio, pero honestamente
Una somnolienta mañana de septiembre de principios del curso 1994-1995 decidimos poner en marcha una intervención didáctica global para intentar que los niños descubrieran la magia de la lectura.
Comenzó el curso y fueron pasando los días, y una mañana uno de mis chavales se acercó a mi mesa y me preguntó ¡por fin, pensé que nunca lo harían! por qué en las otras aulas de Primero los niños tenían un montón de cuentos y ellos no los veían en la nuestra. Mi respuesta la lancé a todo el grupo. Nosotros teníamos tantos libros como sus compañeros del A, del B o del C; lo que sucedía era que los personajes de nuestros cuentos se habían reunido una noche y habían decidido que no saldrían a visitarnos hasta que no les prometiéramos dos cosas: que no dejaríamos ni un solo día de abrir los cuentos para que ellos pudieran contarnos sus historias, y que traeríamos al cole a unos amigos suyos a los que no veían desde hacía mucho tiempo y que vivían en el Castillo de los Libros. Sigue leyendo...
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3 comentarios:
Muy interesante lo que haceis,la mayoría de los niños sienten aversión hacia el colegio.
Pero la causa de ello no es solo que los profesores traten en vano de enseñar muchas cosas mal explicadas y no sepan inculcar el amor hacia la lectura.Hay otro factor,que son los compañeros.
He visto constantes agresiones en la escuela,al igual que las he sufrido en varias ocasiones,creo que esto es verdadero motivo de lucha,hay que erradicarlo como sea,quizás una persona a lo largo de su vida puede aprender,sin embargo,las secuelas de maltrato que le quedan de su infancia son irreparables.
Por cierto,muy buena música de fondo
Y ello significa que, cuando termina la labor y la influencia del maestro, el propio niño debe ser capaz de sumergirse en el universo de los objetos de lectura –no sólo de los libros, ojo, que también existen otros soportes– en busca de la satisfacción de sus propios objetivos (aprender, disfrutar, enriquecerse estéticamente...).
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