Cuento publicado en www.encuentos.com con el permiso de su autora: Liana Castello. Tema del cuento: La confianza en uno mismo.
Hace miles de años la antigua china estaba llena de dragones. Los había de todos los tamaños y variedades: grandes, chicos, dientudos, con aletas, sin aletas, de color rojo y alguno que otro a lunares. Todos o casi todos, deberíamos decir, tenían la misma habilidad: echar fuego por la boca.
En esa habilidad basaban su poder. Quien hacía la llama más poderosa se consideraba el más importante de todos los dragones, el que, por el contrario, sólo podía hacer una llama pequeña, se sentía igual que su llamita, pequeño y poco importante.
Había dragones poco humildes que se la pasaban haciendo alarde de cuán lejos llegaba su llama de fuego. Otros muchos vivían con esa habilidad y no hacían sentir mal a nadie. Pero, ¿qué pasaba con los dragones a los cuales les costaba tanto sacar su llama interior? No era uno solito, había muchos y varios eran dragones chiquitos.
Esta es la historia de Chispita un pequeño dragón cuya llamita era muy, pero muy chiquita. Tan pequeña que parecía la llama de un fósforo, se apagaba en un abrir y cerrar de ojos. Ya dijimos que Chispita no era el único cuya llama era casi un suspiro color naranjita, eran varios los dragoncitos, a los que les costaba sacar el verdadero poder que todos llevaban dentro. Sin embargo, no todos los dragones tenían la misma actitud. Estaban aquellos que se pasaban el día practicando, sabiendo que así algún día su llama sería grande porque confiaban en ellos mismos. Por ahí, no les salía ni al primer, ni al segundo intento, pero no se desanimaban y seguían.
Chispita, tenía otro problema, mucho más importante que el tamaño de su llamita y era que no se tenía confianza. Si uno no se tiene confianza, las cosas en la vida se hacen mucho más difíciles. Soplido era el mejor amigo de Chispita y compartía su mismo problema: su llamita era casi invisible, cuando abría la boca para lanzarla, los demás dragones pensaban que estaba estornudando o tosiendo o algo así. Sin embargo, Soplido tenía lo que más precisaba: confianza en sí mismo, entonces insistía e insistía. Practicaba todo el tiempo porque estaba seguro, que algún día, su llamita dejaría de parecer un estornudo y sería una gran llama de verdad.
Soplido y Chispita compartían todo, hasta sus “suspiros naranjitas”, pero la actitud de uno y otro eran muy diferentes.- ¡Vamos Chispita, vamos a practicar! Insistía Soplido una y otra vez.
- ¿Para que tanto esfuerzo si total no me va a salir? - No pienses así amigo, verás que te saldrá, si insistimos, nos va a salir a los dos.
Chispita buscaba la solución en todo tipo de cosas, creyendo que en algún lugar estaría la manera de aumentar el tamaño de su pequeña llama.
Un día, consiguió una bebida de esas que sólo tomaban los dragones grandes y le propuso a su amigo hacerse gárgaras con ella. Sabía que el alcohol aviva el fuego. Compartió con Soplido el licor, pero como sin querer, lo tragaron, lo único que consiguieron fue ponerse un poco borrachines y tener mucho dolor de cabeza al día siguiente. - ¿Y si mejor lo intentamos nosotros solos?, digo sin usar nada raro. Preguntó Soplido a su amigo. - No va a servir, necesitamos algo que nos ayude.
Chispita, que no dejaba de buscar posibles soluciones, encontró unos pedazos de vidrio, los cuales creyó les vendrían como anillo al dedo. - ¡Mirá Soplido, encontré estos vidrios que nos ayudarán a lograr una llama más grande! Comentó Chispita. - ¿Vos enloqueciste, verdad? ¿En qué nos puede ayudar un vidrio que no sea para cortarnos? - Lo ponemos en la punta de la lengua y sacamos la lengua al sol, cuando la luz del sol se refleje en el vidrio, hará la llama. - ¡Nada de vidrios, ni de licores Chispita! La solución a nuestro problema está en nosotros mismos.
Chispita no lo entendía y como ya dijimos que no tenía confianza en sí mismo, siguió buscando su llama en cualquier otro lado. Así fue que causó muchos problemas, se cortó con el vidrio, buscó ramas para frotar, tragándoselas todas y lo único que consiguió fue una gran indigestión.
Hasta llegó a sacar un farolito rojo de las calles de China para probar si teniéndolo en la boca un rato, su roja luz avivaba su llama. Podemos imaginar lo que pasó: ¡Se tragó el faro!
Ya la pobre pancita de nuestro dragón amigo estaba a punto de estallar de tanto recibir cosas raras.
Por otro lado, Soplido seguía poniendo toda su fuerza en sí mismo y así, un día, su llama interior dejó se ser como un soplidito y se convirtió en una verdadera llama de dragón. Chispita se alegró mucho por su amigo, pero se preguntó por qué, si no hacía más que buscar soluciones, éstas jamás llegaban. Fue entonces cuando Llamarada, el gran dragón del pueblo, se acercó a Chispita y sabiendo todos los malos intentos que él había hecho y el pobre estado de su pancita, le habló de esta manera. - Escucha Chispita, nada de lo que hagas tendrá sentido. El único que tiene la solución a tu problema sos vos. - Yo no puedo, no me sale y nunca me saldrá, jamás tendré una llama digna de un buen dragón. - El problema no es tu llama, sino la falta de confianza en vos mismo. Si no crees en vos, podrás buscar donde sea y nada encontrarás. La llama está dentro de tu interior, todos tenemos una, sólo es cuestión de tenerse fe, quererse más, confiar en uno mismo y verás que todo se solucionará.
Chispita se quedó pensando en las palabras de Llamarada. Era el dragón más sabio y admirado del pueblo y su llama era realmente muy potente. Por primera vez en su vida, Chispita decidió no buscar nada afuera para aumentar su llama, se prometió a si mismo que saldría sólo con su esfuerzo y lo más importante, se prometió a si mismo empezar a confiar en él. Hay que decir que tuvo que resistir muchas tentaciones, como llevarse a la boca cosas tales piedras, troncos, otro tipo de faroles y muchas cosas más. Sin embargo, pensando en su pobre pancita que todavía sufría, en las palabras de Llamarada y sobre todo en sí mismo, se las arregló solito. Practicó una y otra vez, pero cada vez que lo hacía, se decía a si mismo “yo puedo”, “yo puedo”. Tanto lo dijo que terminó realmente creyendo que él también podía, lo cual era muy cierto.
Una mañana, Chispita practicaba acompañado por su amigo que siempre lo alentaba. De repente para sorpresa de todos, Chispita muy concentrado en su práctica lanzó tal llama que, sin querer -por supuesto- lo dejó a su pobre amigo con la cara toda negra y el flequillo un poco chamuscado. A Soplido no le importó, estaba orgulloso del logro. Y tan feliz estaba Chispita habiendo encontrado por fin su gran llama interior que se la mostró a todos los demás dragones.
Hay que decir que quemó varios farolitos rojos y algún que otro techo y que también dejó muchas otras caras negras, pero Chispita sabía ahora que sólo era cuestión de aprender a apuntar mejor y… ¿saben qué? esta vez no dudó en que sería capaz de hacerlo.
Fin
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