Había un niño que vivía en la Rambla, una avenida de Barcelona, muy cerca de la plaza de Cataluña.
En esa plaza hay siempre miles y miles de palomas que vuelan sin cesar por encima de la gente y del tráfico o se posan para picotear el pan o el maíz que les tiran los transeúntes.
Todos los días, el niño cruzaba la plaza con su madre. Lo que más le gustaba era estar quieto y esperar a que las palomas se acercaran hasta sus pies. Se quedaba entonces inmóvil, fijándose en sus ojos que tiene los colores de la bandera alemana o belga, nunca se acuerda.
Lo que pasa es que casi nunca consigue hacer eso porque su madre anda siempre deprisa y, si se para el niño, le llama y le tira de la mano.
Claro que su madre no sabe que le gusta tanto. No lo sabe porque no se lo ha dicho. El niño ése es que no hablaba. Nunca. Ni una sola palabra. Nunca había hablado y ya iba a cumplir 9 años dentro de dos meses.
Él entendía todo, bueno, casi todo, pero no decía nada. Él mismo no sabía por qué.
Él muchas veces sentía ganas de hablar: por ejemplo, le hubiera gustado hablar con las palomas, o con la ratita blaca que hay en una jaula del colegio. Incluso le apeteció hablar una vez con la olla exprés que hace un pitido tan gracioso cuando está caliente.
Pero él sabe que las palomas, la ratita y la olla no entienden palabras, así que tampoco hablaba con ellas.
En el colegio, leía en silencio, escribía y hacía sus cálculos y la profesora estaba muy contenta. Sólo que, a veces, le miraba con cara de pena y decía: "¿Por qué no hablará este niño?
En el recreo, jugaba al fútbol de portero y era bastante bueno.
Así pasó el tiempo...
Un día, el Ayuntamiento de Barcelona decidió matar a las palomas porque ensuciaban mucho los monumentos y los edificios y lo consiguieron sembrando los tejados de maíz envenenado.
La tarde que el niño cruzó la plaza de Cataluña y no vio ninguna paloma, se paró en seco, pálido. Su madre se asustó de verle así y le dijo:
- "Bueno, ¿qué te pasa? ¿Te duele algo?
Entonces el niño dijo:
- "¿Dónde están?"
Su madre casi se cayó de espaldas de la sorpresa, eran sus primeras palabras.
- "¿Qui... quién...., de quién hablas?"
- "De las palomas"
- "Las palomas, no..., no..., ¡pero si sabes hablar!"
El niño la miró en silencio.
- "¿Por qué no hablaste nunca antes?
- "Porque, antes, estaban las palomas".
Texto estraído de: ¡Qué mundo más fantástico! de Marc Monfot y Rocío Higuero.
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2 comentarios:
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Todos los días, el niño cruzaba la plaza con su madre. Lo que más le gustaba era estar quieto y esperar a que las palomas se acercaran hasta sus pies. Se quedaba entonces inmóvil, fijándose en sus ojos que tiene los colores de la bandera alemana o belga, nunca se acuerda. at kqxs 3 mien
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