El objetivo del estudio “Qué menores ven nuestros menores en televisión”, elaborado por la Asociación de Usuarios de la Comunicación para el Defensor del Menor, es identificar cuáles son las imágenes que la programación televisiva ofrece de los niños y adolescentes y determinar qué valores, positivos o negativos, se desprenden de dichas imágenes. Para ello, se han analizado 87 espacios televisivos -varios capítulos de cada uno de ellos- durante un espacio de tiempo de ocho meses. La selección se ha realizado atendiendo a dos criterios: programas protagonizados por menores y programas que tienen a los menores como público objetivo.
El estudio analiza el punto de vista que ofrece el emisor, es decir, cómo los productores de los programas plantean que deben que ser los menores y qué hay que hacer, tener y representar para ser ese niño o adolescente que el propio medio
ofrece como modelo.
Es una realidad que los menores ven mucha televisión y que hay un alto consumo vespertino (entre las 17:00 y las 20:00) y nocturno, momento en el que hay más menores frente a la pantalla (de 20:00 a 24:00). La influencia que la televisión tiene en la construcción de su identidad es innegable por lo que los estereotipos de infancia y adolescencia que proyectan los medios resultan decisivos. Por otro lado, diversos estudios sobre efectos de los medios de comunicación en la infancia confirman su papel preponderante en la adquisición de conocimientos, valores, actitudes y pautas de comportamiento. Esta influencia varía en función de cómo sea el menor y de la edad que tenga; la permeabilidad a la televisión aumenta con la edad, alcanzando su mayor cota entre los 8 y los 14 años, momento en el que se combinan una cada vez mayor capacidad de comprensión con una escasa experiencia.
En el caso de los adolescentes, lo que prima es la construcción de la personalidad en base a estilos de vida con los que se identifican o en los que se proyectan. La televisión, de nuevo, juega un papel fundamental en esa construcción de identidad.
Principales conclusiones del estudio:
* La programación dirigida al público más infantil presenta una visión excesivamente autónoma de la infancia, en la que los menores se relacionan básicamente entre ellos, como si vivieran en un mundo autosuficiente y eternamente infantil en el que el adulto solo aparece de modo secundario y, en algunos casos, amenazante de ese mundo idílico. Ejemplos de ello son
series animadas como Little Einsteins, Pocoyó o Juan y Tolola.
* El estudio pone de relieve la conveniencia de mostrar la interacción positiva entre niños pequeños y adultos (por ejemplo, en La Familia Patata, Miss Spider, Cuéntame, Yo soy Bea o Aguila Roja), aunque se muestren desavenencias paterno-filiales. En esos casos hay conflicto pero no ruptura, ni cuestionamiento del concepto familiar.
* La figura del menor es utilizada muchas veces como excusa para ofrecer puntos de vista adultos, de crítica social o costumbrista, con temas y situaciones claramente perjudiciales para su desarrollo y sin tener en cuenta las consecuencias que pueden tener en su formación. Ejemplo muy claro son Los Simpson y, muy especialmente, Padre de Familia o American Dad, series de adultos que son emitidas en horario de protección infantil y muy seguidas por los adolescentes e incluso por niños.
* El miedo asociado a protagonistas infantiles y juveniles ha perdido relevancia en los últimos tiempos, aunque vuelve a través de series como El Internado o Hay alguien ahí. En muchos casos, los niños pequeños aparecen implicados en las turbulencias de sus hermanos adolescentes de modo que aparece la infancia casi como una preadolescencia. Así ocurre, por ejemplo, en Los Serrano.
* La violencia es muy intensa y explícita en las series japonesas (“Bola de Dragón” y sus derivaciones, Naruto, Goku, Sargento Keroro…) , frente a la violencia clásica edulcorada y humorística de las producciones anglosajonas. En ambos casos el tratamiento de esa violencia la banaliza y, además, se aborda desde el punto de vista del agresor (que se identifica con el menor), y no se desarrolla ninguna empatía hacia la víctima. Los anime japoneses presentan personajes zoomórficos, superhéroes con mutaciones, máquinas, etc y abordan, muchas veces con fatalismo, aspectos como la valentía, la competitividad, la amistad, la sinceridad, el éxito y el fracaso, el honor, el bien y el mal…
* En cuanto a la imagen de los adolescentes de las series y espacios televisivos, aparece un perfil bastante convencional en cuanto a roles de género y claves románticas de las relaciones, lo que contrasta con una estética y lenguaje transgresores, en sintonía con lo actual.
* Aparece una contradicción entre la visión “políticamente correcta” moderna y solidaria en el planteamiento de determinados temas, como la homosexualidad, la discriminación, el pacifismo, el medioambiente o la igualdad de sexos y una defensa a ultranza del individualismo en los comportamientos cotidianos de esos mismos adolescentes.
* Se trivializa el tratamiento de aspectos como las relaciones sexuales de los adolescentes (incluso con adultos) o el consumo de drogas, especialmente el alcohol, que se convierten en un rasgo imprescindible (y rutinario) de las relaciones entre iguales, sin que suelan aparecer referencias a las consecuencias que pueden provocar estas prácticas. Estos aspectos se reflejan claramente en series como “Física y Química” o “HKM”. Son series que se desarrollan básicamente en un entorno escolar pero los argumentos tienen poco que ver con lo académico.
* Tanto en la programación infantil como en la juvenil, aparece un cuestionamiento de la figura paterna y de los adultos en general, especialmente de las figuras masculinas. Muchos padres son presentados como inmaduros, egoístas e ignorantes (Los Simpson, HKM, Padre de familia…). Sus normas y límites son presentados como reglas más o menos arbitrarias que pueden y deben transgredirse. Se presenta la adulto como un “adolescente añoso” y las relaciones entre éste y el menor son horizontales, simbióticas, incluso, en ocasiones, en el plano sexual. El paso a la edad adulta no es percibido por los adolescentes como un proceso de maduración sino simplemente de “paso del tiempo”.
* A ello contribuye el hecho de que la imagen que se ofrece de los adolescentes se caracteriza por el narcisismo y la omnipotencia por lo que no hay límites a la hora de transgredir las normas.
De las principales conclusiones del estudio se puede deducir que la imagen que los menores reciben de sí mismos a través de la televisión está claramente condicionada por los intereses del mercado audiovisual y no se inscribe generalmente en modelos pedagógicos relacionados con la edad que tenga el menor. Prueba de ello es que los canales temáticos supuestamente infantiles se dirigen, sin embargo, a un público mucho más heterogéneo. Tampoco se provee a los menores de unas normas de consumo y uso crítico de la televisión, una alfabetización mediática que les permita filtrar los mensajes que reciben por lo que la influencia que puedan tener sobre ellos los estereotipos que transmiten los distintos programas es muy elevada. En este sentido, los poderes públicos, en combinación con la industria audiovisual, las instituciones y la sociedad civil, deben garantizar para los menores una programación televisiva de calidad, que transmita valores, minimizando lo más posible cualquier posible efecto negativo en un tramo de edad tan importante para la formación del individuo.
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