Existen ciertos niños, sin embargo que tienen muchas de estas dificultades. En la mayoría de los casos, si la gente relacionada con ellos los escucha con paciencia y les responde de una forma calmada y tranquila la fluidez del niño recupera su normalidad.
Por lo tanto, no debemos mostrar signos de desaprobación, delante del habla del niño, “que habla distinto”. Un niño pequeño mide todo con el centímetro del amor. Si cuando habla y dice maaaama… y ve en la cara de su interlocutor, un gesto de desconcierto, el niño piensa que por la reacción de su interlocutor algo está mal, por lo tanto lo querrán menos, y decidirá poner mayor esfuerzo en hablar mejor. Cuando intente hacerlo, repetirá aún más. (Esto por supuesto se da con el paso del tiempo). Esto hará que el niño comience a hablar poco, retraerse socialmente por miedo a ser rechazado, cambiar palabras, etc. (carga psicológicamente negativa).
Por otro lado encontramos niños que también tienen interrupciones en su fluidez, pero las acompañan de esfuerzo y tensión al hablar.
Frente a una exigencia del medio, algunos niños intentan evitar estas repeticiones y se esfuerzan para hablar, para que el mensaje sea continuo. Este esfuerzo genera tensión en los músculos implicados en el habla y en el cuerpo en general. El aumento de tensión aumenta la disfluencia. Las disfluencias acompañadas por tensión dejan de ser típicas y se convierten en disfluencias atípicas, siendo éstas un SIGNO DE ALARMA, que se puede detectar para derivar adecuada y tempranamente.
Signos de alarma:
- Repetición de partes de palabra, palabras y/o frases, en número y frecuencia aumentada.
- Cambios de intensidad y frecuencia de la voz.
- Pausas, interjecciones y/o muletillas en un número mayor al habitual.
- Incomodidad al hablar.
- Esfuerzo al hablar.
- Prolongaciones.
- Tensión corporal visible y audible.
- Dificultad al empezar a hablar y/o en mantener el patrón respiratorio.
- Cambio de palabra por temor al bloqueo. Miedo a producir determinados sonidos.
- Evitar hablar o contestar con monosílabos (sí, no, vale,…).
- Miedo a enfrentar determinadas situaciones verbales.
- Poca participación en clase. Timidez exacerbada.
- Saber escuchar sin darle prisa.
- Darle tiempo para hablar, para que pueda expresar cómodamente su mensaje.
- No interrumpir cuando habla ni dejar que él interrumpa a los demás. Respetar los turnos para hablar.
- Formularle preguntas una a una y sólo las necesarias.
- Modificar tu propio lenguaje para no acelerar y evitar ritmos vertiginosos.
- Hablarle con frases cortas y con un lenguaje fácil, es decir, adecuado para su edad.
- No decirle: “para, vuelve a empezar”, “no te apures”, “habla despacio”. Este tipo de correcciones aumentan la tensión.
- Utilizar, simultáneamente la comunicación no verbal: acariciarlo, mirarlo, tocarlo, aceptarle juegos no verbales.
- La disfluencia puede pasar inadvertida en la escuela porque el alumno no fluente, no habla o habla poco.
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